Anoche volví a ver Boyhood (Richard Linklater, 2014) después de varios años. Algún impulso extraño me hizo perder bastante tiempo buscando en Internet una película que ni siquiera entendía bien por qué quería ver de nuevo.
Sé que es mucho lo que ha cambiado en este tiempo por cómo llegué a verla esta vez, y cómo lo hice la primera, cuando buscaba entre listas de las películas del año de 2014 y analizaba la fotografía y aspectos técnicos que ahora se me hicieron irrelevantes. Aquel año me pareció un filme triste, pero no supe bien por qué. Anoche supe que necesitaba salirme de la inmediatez para encontrarme en alguna visión del mundo que no fuese la mía, para sentirme reflejado. Necesitaba ver de nuevo la historia de Olivia y sus hij@s, Mason y Samantha. Observarles crecer y desenvolverse como ejercicio de mirada y aceptación en torno a lo que se ha vivido y lo que vendrá.
Mason, el protagonista de la película, es un niño intuitivo y callado de ojos muy abiertos que luego será un adolescente desorientado , y después un joven inquieto y sensible, de brazos endebles y mirada escéptica y cansada. Mason y su hermana Samantha crecen con sus padre separados. Su madre Olivia estudia, trabaja y logra escapar de machistas alcohólicos con sus hij@s siempre bajo el brazo. Se trata de un personaje extraordinario que parece querer ocultarlo ante la lente, que la observa permitiendo entrever lo que hay en ella de fuerza sobrehumana sin romper nunca el silencio de lo que se vive sin más pretensión que salir adelante. Mason padre, músico de escaso éxito, es un hombre cariñoso y algo inmaduro que se afana por mantenerse presente a pesar de sus limitaciones.
Mason y Samantha no lo pasan bien en muchos momentos de su infancia, pero la experimentan como niñ@s y crecen mirando hacia espacios que están llenos de luz: Samantha entra en la universidad y vive en su apartamento, Mason saca fotos, se enamora, vive un poco hacia adentro pero ninguno de l@s dos deja de caminar. Olivia logra deshacerse de los peores lastres de la socialización patriarcal para constituirse en una mujer autónoma en el amplio sentido de la palabra, si bien topándose con las dificultades existenciales de este hecho una vez sus hij@s abandonan el nido. Mason padre graba música para sus pequeñ@s, forma otra familia. Al final de la película les recuerda que son especiales y que confía en ell@s.
Unas horas después de ver la cinta, conversaba con mi padre para terminar escuchando un mensaje igual de brillante dirigido a nosotr@s, sus hij@s: que somos especiales, que no lo olvidemos.
Esto me hizo pensar en cómo Mason, Samantha, sus padres y el resto del reducido elenco de la película pelea desde sus propias coordenadas muchas de las batallas que compartimos tantos millones de personas: cómo encontrar un marco cognitivo desde el que entendernos como seres únicos, concretos y especiales, sin pretensiones narcisistas, sino como vía necesaria para que la vivencia cotidiana constituya un camino habitable y abierto por el que transitar conjuntamente de forma positiva.
Hace unos meses apuntaba en el móvil una pregunta que hoy me vuelve a rondar la cabeza: “¿Es querer a alguien algo más que querer cuidar a alguien?”. Ver Boyhood por segunda vez no me ha ayudado a aclarar esto, pero sí a ampliar el rango del interrogante. Quizá querer a alguien tenga que ver con necesitar que la otra persona pueda sentirse especial, única y valorada. Richard Linklater -director de la película-, contaba en una entrevista a The Guardian1 que tuvo que realizar audiencias a cientos de niños hasta encontrar el carácter misterioso y esquivo de Ellar Coltrane, quien terminó siendo elegido para interpretar al entrañable Mason. Cuesta no imaginarse cómo debió de sentirse el chiquillo al saber que se le escogía entre muchos otros niños más guapos, más atléticos, más preparados que él para encajar con lo que se esperase de ellos en una industria tan brutal como la de las artes audiovisuales; cómo se sentiría al saber que su rareza frente a los demás era lo que le hacía ser perfecto. El pequeño Ellar sería el único entre tantos cuyo aura sería retratada durante nada menos que doce años seguidos -la película fue rodada durante este periodo de tiempo contando con los mismos actores y actrices, a fin de documentar de forma realista su evolución física y psicológica-, testificándose cada mirada y cada gesto por ser únicos y merecedores de toda la atención del equipo de rodaje, y luego del público que se rindió ante su interpretación.
Cuesta también no pensar en cómo lograr ese estadio en que tod@s pudiésemos sentirnos especiales, distint@s y carismátic@s a nuestra propia manera, con nuestros cuerpos y nuestros rostros, nuestra forma de sonreír o de negarnos a hacerlo. ¿Cómo hacernos sentir a tod@s imprescindibles dentro de nuestros propios marcos cognitivos? Quizá la subjetividad entendida como el sano reconocimiento de que existimos tenga algo que ver con el asunto: si bien nuestra ausencia no haría caer el mundo que nos es externo, extraño, distante; sí haría cambiar inevitablemente aquel que intentamos entender y del que indefectiblemente formamos parte, porque ya no podría ser el mismo nunca más si dejásemos de existir dentro de él. Y esto significaría que nuestra relevancia como seres humanos desconoce de muchos aspectos que funcionan diariamente como puertas o limitaciones, y que quizá, el logro de una identidad legítima no sea un problema que merezca el empleo de tantas energías, porque ser válido para estar en el mundo no sería un elemento susceptible de luchas o exclusiones, sino una certeza desde la que realizar el recorrido que encontremos ante nosotr@s en cada etapa de nuestra vida.
Ver crecer a Mason y a su familia es un recordatorio de los vínculos profundísimos que nos unen como especie. Recordando la escena inicial de la película, en la que la profesora del protagonista de 6 años se queja de que este pasa el tiempo mirando por la ventana, solo me queda reafirmarme en la creencia de que quizá Mason no existe en la misma dimensión que yo, pero que él también es mi hermano y que podré admirar sus pasos cada vez que me asalten las dudas sobre cómo he de caminar.
1 https://www.theguardian.com/film/2014/jul/06/richard-linklater-ellar-coltrane-boyhood-interview-dear-process
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