En los últimos días del pasado mes de septiembre, la prensa internacional daba cuenta de un fenómeno climático relativamente infrecuente: arreciaban las lluvias en el desierto del Sáhara.
Grandes áreas de un ecosistema generalmente árido se encontraban a finales de verano sometidas a fuertes precipitaciones que lo transformaban, si bien de forma perentoria, en espacios verdes llenos de vegetación y fertilidad.
Este acontecimiento sobresaliente desde el prisma del análisis climatológico y del estudio de la biodiversidad y sus ciclos, pasaba relativamente desapercibido fuera del campo de las ciencias naturales.
No obstante, en el ámbito de la creación musical, y con una mera diferencia de semanas, florecían dos proyectos que recogían algunas de las intuiciones que desde la ciencia política se habían vertido en torno a la lluvia en el desierto hacía tan solo dos años.
Sincronizándose de forma asombrosa con lo acaecido en las dunas africanas, nacían, a finales de agosto y a finales de septiembre, respectivamente, los nuevos discos del australiano Nick Cave y de los fineses Nightwish, a saber, Wild God y Yesterwynde.
Para entender la reflexión que aquí se desarrolla hay que rebobinar hasta el año 2022. Entonces, la revista cultural El Cuaderno publicaba el ensayo Flores en el desierto: no he venido a alabar el viejo mundo, sino a enterrarlo, firmado por el profesor Graham Gallagher y traducido por el historiador asturiano Pablo Batalla Cueto.
Sirviéndose del imaginario de las tormentas en el desierto, el politólogo norteamericano exponía a lo largo de su texto una tesis ciertamente inquietante: la democracia liberal, con su andamiaje de derechos y libertades sociales, políticas y económicas, constituiría una efímera contigencia histórica equiparable a un episodio de lluvia sobre el paisaje árido de las dunas.
En una progresión histórica de la especie humana marcada por las guerras, la barbarie y la violencia, el desarrollo de una cultura política e institucional inspirada en los valores ilustrados, en los Derechos Humanos y en claves de avance civilizatorio vendría a representar una excepción que, con la misma facilidad con que habría acontecido, estaría actualmente en vías de extinguirse.
Una tormenta en el desierto, apuntaba Gallagher en su ensayo, traería consigo un torrente imparable que haría fértil y habitable un territorio otrora inhóspito, generando a su paso un ciclo de prosperidad para la vida impensable en otras circunstancias, y sujeto por tanto a lo efímero del fenómeno climático en cuestión. Una vez finalizadas las lluvias, desaparecerían el agua, la vegetación y las formas de vida emergidas a su paso, regresando al desierto la aridez que en su seno constituye la norma.
Siguiendo la perspectiva dibujada por Gallagher, los avances y conquistas en clave civilizatoria que habrían tenido lugar durante el último siglo -con la consolidación en gran parte del globo de Estados de Derecho democráticos y sociales, capaces de garantizar el disfrute de elevadas cotas de bienestar a sus respectivas ciudadanías- estarían siendo objeto de un proceso de disolución ante el repliegue de burguesías cada vez más enfrentadas por las dinámicas de la globalización económica y sus lógicas abrasivas de competición por los mercados, los flujos económicos y sus beneficios. Dicho proceso de repliegue tendría como resultado, atendiendo a su análisis, el regreso generalizado de regímenes sociales, políticos y económicos de corte netamente regresivo, autoritario y antidemocrático.
Desde coordenadas geográficas y expresivas relativamente lejanas, el rumor de la inquietud por la suerte de la civilización humana y del planeta que habilita la posibilidad de su existencia se manifestaba con urgencia equiparable en el décimo álbum de estudio de la banda Nightwish.
Yesterwynde, el neologismo que da nombre al proyecto, remite, siguiendo a Tuomas Holopainen -líder de la banda-, al recuerdo de la concatenación de generaciones que desembocan en el presente histórico actual.
“Somos sus herederos, polvo en sus manos, somos debido a un millón de amores” reza la letra de Perfume of the timeless, primer single del álbum. El tono es eufórico, y optimista sin ser ingenuo.
El estado del planeta y los dolores que aquejan a nuestra época es asumido de forma plena desde la narrativa del proyecto. En una entrevista con la publicación británica Kerrang, Holopainen lo expresaba con claridad: “No niego que el mundo está atravesando una etapa terrible en estos momentos.” Este diagnóstico, sin embargo, no daba espacio a derrotismo alguno: “Pero siempre ha sido así. Si miramos hacia la Edad Media, las cosas eran mucho peores. […] Pero ahora, debido al alarmismo, los medios, las autoridades tanto políticas como religiosas, diciéndonos que el final ha llegado, que tenemos que arrepentirnos. Mucha gente se lo cree, y vive vidas miserables. Debido a esto, olvidan la belleza de existir”.
Aquí yace una de las claves para entender la relevancia de este disco como herramienta con que afrontar el presente: el pasado y la memoria nos dotan de las herramientas con que, sobreviniendo a la nostalgia y al inmovilismo, poder avanzar.
Se intercalan en Yesterwynde la reflexión en torno a episodios luminosos de la historia de la especie humana con las críticas a la deriva reaccionaria de gran parte de los artefactos que fuesen ideados con el objetivo de que la especie prosperase.
Hay alertas respecto de la crisis climática, de los peligros de la inteligencia artificial y del fanatismo religioso alternándose con homenajes a ingenios tecnológicos como el mecanismo de Anticitera -primer “ordenador” del que se tiene registro, inventado hacia el año 200 a.C para estudiar el movimiento del sol, los planetas y el sol-.
Hay saludos emocionados a todas las vidas humanas que precedieron a las hoy existentes, celebración de experiencias comunitarias asombrosas como la vivida por los seis niños de Tonga a mediados del siglo pasado -quienes sobrevivieron tras su naufragio en la isla de Ata gracias a la autoorganización y a la solidaridad colectiva, hasta ser rescatados 15 meses después-.
Intuiciones similares, si bien recogidas desde una gramática cognitiva completamente distinta, atraviesan asimismo Wild God, último disco publicado por el grupo australiano Nick Cave and the Bad Seeds.
En la pista que da nombre al álbum, un anciano “sobrevuela su memoria como un pájaro prehistórico” a fin de darse sentido. Sin grandes referencias a procesos históricos, la reflexión de Nick Cave se produce mayormente en clave subjetiva.
No obstante, para cualquiera conocedor de su carrera y su biografía, es fácil intuir que las conclusiones arrojadas por este trabajo aspiran a hacerse igualmente universales: la memoria, nuevamente, es la herramienta con que sobreponerse a las contingencias de un presente tantas veces oscuro.
Tras la reciente pérdida de dos de sus hijos, Cave concluye con Wild God una trilogía de álbumes marcados por la búsqueda de redención.
Tras atravesar de forma descarnada las distintas etapas del duelo, el músico hace gala de un torrente desmesurado de esperanza que atraviesa una cotidianeidad compleja, llenándola de luz.
“Las ranas saltan en los canalones, saltan hacia Dios asombradas de amor y de dolor, asombradas de volver a estar en el agua, en la lluvia de domingo”, canta Cave en Frogs, primer sencillo del álbum. “Los niños en el cielo saltan de alegría, saltan de amor, y abren el cielo; asique suelta esa pistola, porque todo estará bien, dicen las campanas. Es domingo por la mañana y sostengo tu mano” clama el cantautor, mandando un mensaje rotundo: las tragedias más dolorosas también remiten, y la vida termina abriéndose paso.
“Paz y buenas noticias para la tierra, él traerá”, augura en el último corte de un disco atravesado por imágenes en que la sordidez, la oscuridad y la miseria que permean la vida sobre la Tierra terminan por retroceder ante los rasgos más sobresalientes de la especie humana: la empatía, la resiliencia, la capacidad hermosa de reconstruirse.
El prisma enérgico y esperanzado desde el que ambos álbumes abordan la situación actual del planeta constituye un logro en sí mismo. No es ni mucho menos sencillo encontrar, ante las durísimas imágenes que ilustran el relato del mundo globalizado pos-pandemia, motivos sólidos para el optimismo antropológico.
Las sucesivas catástrofes climáticas dadas por el proceso de calentamiento global, la amenaza de desplome absoluto del orden internacional basado en reglas establecido tras la Segunda Guerra Mundial, el avance de la violencia, la guerra y la muerte desde Ucrania hasta la Franja de Gaza; son solo algunos de los avatares que definen la primera mitad de la década de los 20’ del siglo XXI, y esto es una realidad que incorporar a cualquier planteamiento que aspire a superar este estado de las cosas.
La exuberante flora democrática que creciese sobre el páramo del mundo de posguerra -siguiendo la sugerente metáfora propuesta por el profesor Gallagher- llevaría años, si no décadas, mostrando signos de agotamiento, pudiéndose leer con facilidad este languidecer como síntoma del fin del periodo que el politólogo norteamericano habría calificado como de excepcionalidad civilizatoria en un devenir histórico marcado por el oscurantismo.
No obstante, un análisis crítico de lo que representasen empíricamente las economías fordistas de la segunda mitad del SXX revela que dicha exuberancia no estuvo exenta de grandes inequidades y, por tanto, de oportunidades para la ruptura, la ampliación y el desbordamiento.
Si los Estados resultantes del llamado “pacto capital-trabajo” que sucediese a las 2 guerras mundiales ofrecieron ciertas garantías a grandes segmentos de trabajadores, lo hicieron a costa de la exclusión de otros grupos igualmente significativos: mujeres, minorías étnicas y disidencias sexuales habrían quedado marginadas de las estructuras de la prosperidad veintesca. No en vano, las principales movilizaciones democratizadoras del SXXI estarían siendo protagonizadas por estos grupos.
Y es en este punto donde la grieta luminosa en nuestro presente se hace visible.
"Ya hemos tenido suficiente sufrimiento, ahora es el momento de la alegría", canta Nick Cave en la canción Joy.
Un equipo de jóvenes jugadoras de fútbol españolas haciendo temblar la estructura del deporte rey y cobrándose su principal cabeza en nuestro país tras un caso de agresión sexual.
El movimiento Black Lives Matter cambiando los equilibrios electorales en la principal potencia militar del planeta y echando a Donald Trump del Ejecutivo estadounidense tras el asesinato racista del ciudadano George Floyd.
Un joven racializado ganando por goleada a los discursos de odio y convirtiéndose en la referencia de los jóvenes de un continente entero tras la última Eurocopa.
La dignidad de las disidencias sexo/genéricas ganando a la transfobia y haciéndose lugar en la legislación española; una mujer trans abriendo las puertas de las Cortes Generales españolas a la diversidad.
Se preguntaba Gallagher, al final de su ensayo, si tendría la suerte de llegar con vida a contemplar con sus propios ojos nuevas lluvias en el desierto. Hoy sabemos con certeza que esas lluvias han llegado, y que nuestra especie las aguarda con esperanza. Y como ya advirtiese el autor:
"Cuando llueve en el desierto, nunca se trata solo de una llovizna. Es un aguacero. Y luego, una inundación".
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