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En defensa de LUX: por el derecho a la duda

 

     
 (Imagen promocional del disco LUX, -Columbia Records, 2025-)  
                                                  



En Bugonia (Yorgos Lanthimos, 2025), Teddy, un hombre norteamericano de mediana edad atravesado por el trauma sucumbe a las peores profundidades de la conspiranoia. En un escenario vital definido por la pérdida, la precariedad y la impotencia frente a los abusos de la industria agroalimentaria, Teddy encuentra en los fondos de Internet diversas teorías que prometen explicar de forma definitiva las fuentes de su malestar. 


La dolorosa enfermedad de su madre -víctima de los efectos nocivos provocados por un pesticida fabricado por una empresa de la agroindustria- encuentra, en el submundo de la conspiración, una explicación rocambolesca pero eficaz: la dueña de la empresa en cuestión no es ni más ni menos que una alienígena andromedana enviada por los suyos para someter a la especie humana.


La grotesca teoría -siguiendo el mecanismo básico de funcionamiento de la desinformación-, se fundamenta en supuestas evidencias ocultas e imposibles de verificar: estas no atienden a elementos de la realidad visible, motivo por el cual se vuelve imposible desmentirlas.


Tras consumar junto a su primo Don el secuestro de Michelle (CEO de la empresa fabricante del pesticida), ambos se sumen en realizar experimentos y torturas sobre el cuerpo de la empresaria con el objetivo de demostrar que esta no es humana, sino alienígena. El continuo fracaso en encontrar las evidencias buscadas es interpretado por Teddy como la prueba irrefutable de estar en lo correcto. Michelle posee un cuerpo humano tan bien logrado que ello resulta, a sus ojos, la mayor evidencia de que se trata efectivamente de una extraterreste.


El delirio del protagonista -cimentado sobre una biografía marcada por el abuso- escala a lo largo del filme, totalmente impermeable a las tozudas muestras que la realidad le devuelve. La narrativa conspiranoica crece y se reafirma en sí misma, llegando al extremo de provocar muertes horribles a su primo, a su madre enferma, y eventualmente, al propio Teddy. La familia al completo encuentra la muerte a manos de sus obsesiones tras una vida destrozada por los excesos de una empresaria que, una vez más, sale obscenamente ilesa del trance.


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En “Política y Ficción: las ideologías en un mundo sin futuro”, Jorge Lago y Pablo Bustinduy introducían el concepto de “ficciones resolutivas” para dar cuenta del mecanismo cognitivo por el cual los individuos y las comunidades generan narrativas capaces de aportar significado a su tránsito por el mundo. Las utopías y las estructuras ideológicas funcionarían, atendiendo a los autores, como promesas a partir de las cuales orientar el día a día y afrontar la fijación de objetivos para una especie definida primordialmente por su fragilidad.


Si las religiones, el liberalismo ilustrado, la ciencia, el progreso y el socialismo funcionasen como grandes guiones narrativos a lo largo de la historia de la especie, las profundas transformaciones económicas, políticas y tecnológicas acaecidas durante los últimos 50 años habrían generado un aguda crisis de significado en una realidad cada vez más necesitada de respuestas.


La secularización de las sociedades, la erosión de los lazos de solidaridad entre trabajador@s dada por el neoliberalismo, la revolución tecnológica y la emergencia de formas artificiales de inteligencia, la transformación demográfica de áreas enteras del planeta y una profunda crisis ecológica en ciernes serían algunos de los factores que ayudarían a explicar un vacío ontológico colectivo que diversos actores e intereses -con sus relatos correspondientes- ya estarían pujando por ocupar.



Es este el contexto en que se enmarca la experiencia descrita por Bugonia. Si los claroscuros de la experiencia humana históricamente han hecho necesario encontrar respuestas fuera de lo tangible para darle sentido, dicha necesidad hoy adquiere claros visos de urgencia.


Dicha intuición constituye, asimismo, el punto de partida desde el cual parte la catalana Rosalía para elaborar LUX, su cuarto trabajo de estudio y el artefacto sobre el que bascula la conversación cultural de las últimas semanas dentro y fuera de las fronteras españolas.


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Estrenándose con una valoración histórica de 97 puntos en el portal Metacritic, LUX (Columbia Records, 2025), se configura como un álbum ecléctico y enmarcable en el amplio género del art-pop, con fuertes ecos de la música flamenca con que la artista iniciase su recorrido. 


La propuesta es enormemente ambiciosa: 49 minutos de duración contienen un proyecto que se desarrolla hasta en 13 idiomas diferentes y que recorre una variedad de géneros que va desde la ópera hasta el electropop. Sus méritos en términos de impacto trascienden con mucho, no obstante, la recepción por parte de la crítica especializada. En la semana de su estreno, LUX se convirtió en el álbum más escuchado de Spotify, gigante de la distribución musical en streaming, convirtiéndose en un hito global de la música popular.


El trabajo ha abierto una brecha en el ámbito comercial que ha venido acompañada de un intenso debate dentro de los ámbitos del pensamiento político, los estudios culturales y la crítica feminista. El principal motivo: los vínculos del proyecto -en un contexto internacional de repliegue ultraconservador – con la estética del credo cristiano. Una estética de lo divino -que ha sido señalada por unos como oscilación hacia ideas contrarias a los derechos de la mujer, y celebrada por otros como elevación intelectual y espiritual por parte de la artista- y que funciona, en última instancia, como síntoma epocal de una crisis de sentido pendiente de resolución.



La narrativa en LUX, a pesar de las críticas, no representa necesariamente una declaración de compromiso con el catolicismo. Basta escuchar las letras del disco para entender que la retórica divinizante es un recurso desde el que hablar sobre la experiencia de una mujer joven en la cima de la industria del espectáculo y en continua negociación con la contingencia que atraviesa la vida incluso en las más elevadas latitudes simbólicas.


En LUX, las historias no difieren de forma significativa respecto a las que la artista desarrollase en proyectos previos. Las referencias a Dios, de hecho, no implican siquiera una novedad en una discografía en que conviven con la reflexión sobre la fama, el deseo, los orígenes y la identidad, el amor y la vocación de trascendencia.


La pelea no es -como en Bugonia- de clase, pero el conflicto es patente . No es económico ni tiene al poder (o no directamente) como objetivo. Es menos grave, menos urgente, pero profundo: aún en la cima de la pirámide social sigue faltando una narrativa capaz de dar sentido al día a día, y la creación artística es el medio para vadear este vacío. 

“En el primero, sexo, violencia y llantas […] en el segundo, destellos, palomas y santas”, canta la vocalista en la apertura del disco. “La única forma de salvarnos es desde la intervención divina/ te follaré hasta que me quieras”, cierra el primer single del trabajo, “Berghain”.

 Las letras retratan la contradicción entre una vida entregada al deseo y la aspiración a una claridad que se asocia al ascetismo; el dilema entre la conciencia de la propia caducidad y la voluntad de trascendencia: “No soy nada/soy la luz del mundo”, se debate en “Porcelana”. Los sucesivos movimientos en que se articula el álbum finalizan con una reflexión resignada sobre la muerte y la finitud: “Promete que me protegerás a mí y a mi nombre en mi ausencia/ yo que vengo de las estrellas, hoy me convierto en polvo pa’ volver a ellas”.


En LUX hay euforia, hay éxtasis, lujuria, amor, sueños, redención; por encima de todo, fragilidad. Dios es, si acaso, un pretexto accidental desde el que aportar continuidad a una vida cuya complejidad carece de categorías capaces de subsumirla.


Asumir circunstancialmente la imagen de la divinidad implica ficcionar el control y la autosuficiencia en un mundo en que ya ni la religión, ni la ciencia, ni el progreso; pero tampoco el poder, la riqueza ni el reconocimiento social funcionan necesariamente como antídotos contra la ausencia del sentido.


La gran aportación de LUX a nuestro tiempo no radica, sin embargo, en ofrecer respuestas.

En una época en que la oferta de la conspiranoia, la violencia y la deriva reaccionaria se ofrecen como aparentes soluciones acabadas, Rosalía nos recuerda la importancia de insistir en los interrogantes. Dios no es en el álbum un oráculo, si no un canal para seguir formulándose preguntas.


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Un presente de encrucijada filosófica implica el desafío de encontrar las herramientas capaces de sobrevenirlo. 

Chemtrails, terraplanistas, reptilianos, antivacunas, teóricos de la “gran sustitución”. La lista de ataques conspiranoicos contra la integridad cognitiva de los individuos podría enumerarse hasta el infinito. Los actores e intereses tras la promoción de esta pulsión suicida se vislumbran, además, con cierta claridad. 


En Bugonia, el delirio de Teddy contra los alienígenas cumple una función ideológica con gran eficacia: el conflicto generado por una industria insaciable de beneficios se desplaza, por arte de magia, al espacio exterior.

Los responsables dejan de serlo para trasladarse la culpa a los hipotéticos habitantes de una galaxia lejana. “Hay tantas cosas para ti, Don, pero no aquí. Abandonaremos juntos la tierra”, promete una CEO al sobrino de una trabajadora industrial inválida antes de llevarle al suicidio. “Soy una alienígena, la cura para tu madre está en la botella que pone “Anticongelante”, promete a Teddy, aprovechando su desequilibrio mental y provocando la muerte de su madre por el camino. La verdad tarda algo más en ser verbalizada por la multimillonaria: “La vida es así: tú eres un perdedor y yo una ganadora”.


Los ecos con la realidad global en 2025 son más que explícitos. Una motosierra como promesa de prosperidad en el sur global. El odio contra las personas migrantes como vehículo para la frustración de los perdedores de la globalización. Las vacunas como pretendida amenaza a la libertad en plena crisis sanitaria mundial.

En un momento de ofensiva de actores y estrategias regresivas, opuestas a la liberación que el pensamiento trae consigo, la primera de las responsabilidades es proteger el derecho y la capacidad de reflexionar.


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No hay objetivo real de vida. Eso queda a la diligencia de cada cual. Cada cual remite a sí mismo y cada cual sabe que ese sí mismo es poco”, reflexionaba Jean-François Lyotard en La condición postmoderna – Informe sobre el saber.


La fragilidad representa el corazón de los anhelos, miedos e ilusiones que guían la vida sobre el planeta a diario. Encontrar herramientas con que fortalecer la integridad de los individuos y comunidades y hacer posible dibujar nuevas ficciones es la principal tarea desde la que afrontar el presente.


En una de sus últimas entrevistas con La Vanguardia, el filósofo italiano Gianni Vattimo -fundador de la escuela del "pensamiento débil"-, indicaba el camino contra las falsas certezas absolutas: "El pensamiento débil no afirma una gran verdad de forma positiva: nosotros no aspiramos a sustituir esos dogmas por los nuestros; sino que nos emancipamos de ellos debilitándolos". 


Frente a la pulsión de muerte y sus espejismos sangrientos, la fragilidad debe encontrar en el espejo su reflejo alternativo: el de la belleza, la resiliencia y la esperanza.

 Y mientras dure la búsqueda, proteger el derecho a la duda que hará posible que esta llegue a buen puerto.

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